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miércoles, 22 de julio de 2009

Puede un ser humano enamorarse de un robot con curvas de mujer

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?


Puede un ser humano enamorarse de un robot con curvas de mujer? ¿Es una perversión tener relaciones sexuales con una maniquí de silicona? ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? El cine, el mejor oráculo de la posmodernidad, lleva planteándose estas mismas preguntas desde los hermanos Lumière: en 1927, Fritz Lang ya creó para su 'Metrópolis' un autómata femenino llamado María.


En 1984 'Blade runner' tenía entre sus protagonistas a una insinuante y violenta replicante llamada Pris. Steven Spielberg fue mucho más allá en 'Inteligencia Artificial' (2001), ya que concibió un mundo futuro en el que existían legiones de 'cyborgs' dedicados a ofrecer placer carnal.


Igual que el 'séptimo arte', el mundo real también ha echado mano de humanoides que, si bien no tienen nada de mecánicos, si han servido como herramientas para el 'consuelo' sexual. Por ejemplo, las tripulaciones japonesas destacadas en los submarinos después de la Primera Guerra Mundial usaron las primeras muñecas hinchables de la Historia no precisamente como flotadores por si la nave se hundía, sino para matar el deseo en las profundidades marinas.



Después, convertidas ya en un fetiche, se universalizaron en los 'sex shops' de todo el mundo.Ha sido de nuevo en Japón un país que siempre va a la vanguardia en este terreno donde las muñecas hinchables de toda la vida ésas con tacto de plástico, boca eternamente abierta y postura hierática han conocido a su segunda generación: las 'dutch wives' (esposas holandesas) una especie de réplicas de látex, vinilo o silicona que pueden llegar a costar hasta 6.000 euros.

¿Razones?

Orient Industry, una de las marcas que comercializa estos juguetes sexuales, asegura en su publicidad que el tacto es casi humano, al igual que los rasgos, basados en personas de carne y hueso. Su esqueleto, similar al de una mujer real, es de metal. Hasta el pelo es natural.


La compra se realiza por Internet y la muñeca llega a casa del consumidor discretamente embalada en una caja con forma de ataúd. El bulto incluye un curioso servicio posventa: una vez muerto el propietario, la empresa se compromete a recoger su pepona, a consagrar su alma en una especie de ritual y a enterrarla junto a su dueño.

Fuente: http://www.iberarte.com/content/view/993/45/

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